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Paso de Cortés, Refugio de los 100 – Iztaccíhuatl 26-03-2022

Mi auto emitió dos sonidos indicándome que se había cerrado y activado la alarma, fueron esos los sonidos que escuchamos Alfredo, Omar y yo detrás de nosotros mientras caminábamos con las mochilas puestas hacia la entrada del reserva natural del Iztaccíhuatl.

La caminata desde Paso de Cortés hasta el campamento La Joya, era solo el comienzo de nuestra ruta, hoy veníamos decididos llegar hasta el Tercer Portillo, en esta ocasión colocamos nuestra meta un poco más alto, pero sin duda llagaríamos más lejos de lo planeado.

«Eins, zwei, drei, auf vierdesehn, danke, bitte, ich, du, er, sein, vorbereiten» eran algunas de las palabras en alemán que veníamos repasando durante los casi 80 minutos de este trayecto hacia La Joya. Más cansados por parecer pericos repitiendo y aprendiendo palabras en alemán que la misma caminata, pudimos divisar las casas de campaña que destacaban entre la vegetación; naranja, rojo, verde y azul, eran los colores que más sobresalían, estábamos por adentrarnos al campamento y dando pasos en las faldas del Iztaccíhuatl.

Hacia el Primer Portillo.

Después de un breve descanso sobre una gran piedra que parecía una enorme mesa acondicionada para 10 personas, ajustamos los bastones y fajamos las mochilas a la espalda. Esos primeros pasos en ascenso, eran la bienvenida del Iztaccíhuatl, esa era su forma de imponernos respeto. el camino con piedras y bastante resbaloso a lo largo del sendero, nos mostraba los bastos valles que iban quedando debajo de nuestro camino. La escalada entre piedras no era difícil, pero si te exigía bastante fortaleza en las piernas. Una cruz en lo alto de una roca nos indicaba el punto de llegada; un paso, luego otro y después un último estirón nos colocaba en el Primer Portillo, una pequeña área que te obliga a ceder el paso a los que van en ascenso o descenso. Estuvimos un par de minutos sentados apreciando la valles, mismo momento que aprovechamos para comer un poco de golosinas y beber agua.

Hacia el Segundo Portillo.

Cerramos los cierres de las mochilas y cada uno tomo sus bastones que habíamos recargado en una roca cerca de un desfiladero y nos dispusimos a continuar nuestro camino, de primera vista no parecía tan complicado, pero a medida que subes el desgaste de tu cuerpo comienza a hacerse presente. El sendero te coloca ahora de la cara opuesta del Iztaccíhuatl, te encuentras debajo de unas enormes piedras que recorres mientras bajas la mirada para ver por donde pisar y no resbalar, estas atravesando «los pies» de «la mujer dormida». Conforme das los pasos hacia arriba, se comienzan a ver los gorros, gorras y las siluetas de las cabezas; una caja de primeros auxilios y una cruz más arriba de las rocas indicaba a los visitantes el punto donde nos encontrábamos; el Segundo Portillo. Algunos tomando fotos, otros descansando, el segundo portillo es más amplio que el primero, permite a los visitantes sentarse junto a un desfiladero, que la simple mirada hacia abajo te hace de forma automática dar un paso atrás, tengas miedo o no a las alturas.

Hacia el Tercer Portillo.

Recargamos sobre las unas rocas intentando utilizarlas como sillas pero un poco incómodas, permitimos que el grupo que iba delante de nosotros comenzara su ascenso entre un camino rodado por dos desfiladeros, de nuevo una ruta en ascenso que exigiría aun más a tu cuerpo fisicamente para poderlo atravesar. no fue necesario decirles algo a Alfredo y Omar, un ligero ajuste a mi mochila y apoyándome de los bastones comenzamos a subir por aquel camino desafiante, los primeros metros eran unas rocas empinadas, pero llegando a esa minúscula cumbre, el camino que era fácilmente identificado por una linea que bordeaba aquella cordillera. El camino no era realmente complicado, a nuestra derecha teníamos la cordillera que a ratos nos hacia sombra, pero a nuestra izquierda, un pequeño resbalón y era más que probable salir rodando varios metros hacia abajo, cosa nada oportuna porque en el camino uno se encontraría con rocas de todas las medianas y filosas, que seguramente darían pie a varias lesiones sobre tu cuerpo. Después de unos minutos y algo cansados de caminar, grandes rocas comenzaron a aparecer sobre nuestro camino, eran aquellos últimos pasos que te emocionaban a seguir, ya podías ver la cima, una última roca que tomabas con una mano y te impulsabas para conseguir subirla, te ponía en la orilla del Tercer Portillo. Nos sentamos absortos, nuestros movimientos eran meramente por nuestra memoria muscular; abrir la mochila, buscar una bolsa llena de emparedados y dulces, zafar la botella de la mochila para beber un poco. Todas aquellas acciones, eran realizadas sin quitar la mirada en la inmensidad de la montaña.

Hacia el … ¿Refugio de los 100?, ¿ y el Cuarto Portillo a que hora lo pasamos?.

Habían pasado casi 30 minutos desde que nos habíamos sentado a comer los emparedados y beber, la vista era formidable, podíamos observar a lo lejos algunos pequeños incendios, unos pueblitos y sin duda lo diminuto que se veían algunos pinos a lo lejos. Mientras terminábamos los alimentos, observamos frente a nosotros como un numeroso grupo de personas se encaminaba hacia el Cuarto Portillo. «Alfredo, Omar, ¿Cómo se sienten?» les preguntaba mientras cerraba la tapa de mi botella de agua, «bien» contestaron ambos, «¿Aguantan otro Portillo?» les volví a cuestionar. Ambos metieron sus cosas a sus mochilas y al unísono «si» emprendimos otro ascenso.

Pudieron ser muchas cosas, pero a medida que subía me iba debilitando, me sentía muy cansado, como si hubiera corrido una maratón, no recuerdo haberme sentido tan cansado en mucho tiempo. Omar y Alfredo caminaban a unos 30 metros delante de mi, con mi mano hice una seña de que me esperaran, tome los bastones con una sola mano y paso a paso llegue hasta donde se encontraban, era un desfiladero muy rocoso, no me detuve por que quería evitar sentarme y mantener mi ritmo. Esperamos a que unas cuatro personas bajaran por el único paso que había, eran un pequeño hueco entro dos enormes piedras que daban el acceso al camino hacia el portillo. Primero Omar y luego Alfredo, cuando yo atravesé camine unos metros más y me senté, estaba muy fatigado, utilicé mi mano derecha para retirar los lentes de sol y con la otra mano colocando mis dedos índice y pulgar sobre cada sien, deslizaba mi mano empapada de sudor hacia mi frente y terminando en mi cabello, mi corazón trabajaba trabajaba a todo o que da, recargue mi costado derecho sobre una pila de piedras e hice mi cabeza hacia atrás, necesitaba tiempo para reunir fuerzas, para continuar el ascenso o empezar mi descenso. «Alfredo, Omar, voy a quedarme aquí unos minutos, solo suban esa colina de piedras y díganme si ven el Portillo» Un sorbo de agua, luego dos y cerré mi botella, descanse por unos 10 minutos, mismo que no supe nada de ellos, me incorpore y vi que eran al menos unos 60 metros de subida entre piedras y un camino que no solo iba a requerir destreza en tu piernas y brazos. Pude ver a mis sobrinos llegar por el flanco izquierdo de mi subida, «Omar ¿que pasó?» le preguntaba mientras tomaba aire y colocaba los bastones bajo mi pecho para recargar mi cuerpo. Omar: «Nada, es que nos dijeron que estábamos yendo por un camino equivocado, que es por acá!» señalaba a mi derecha mientras ambos pasaban frente a mi y se encaminaban hacia la subida de otro montón de rocas.

Llegada al Refugio de los 100 (4780 m).

Los siguientes pasos que di, eran a ciegas, la mirada era cautiva de la increíble y majestuosa belleza que yacía frente a mi, los minúsculos valles, pinos y árboles que podías ver a lo lejos, advertían la altura a la que habíamos llegado. Alfredo y Omar estaban en una cima de rocas que habían subido en menos de 1 minutos. «Buen ascenso!», escuche a una persona que descendía y me deseaba suerte, «pasando estas rocas ya llegaste!» me decía mientras le permitía bajar por unas rocas, mismas por las que yo pasaría segundos después. Alfredo y Omar caminaban a unos metros, no utilizaron el mismo camino por el que yo andaba. «Alfredo u Omar, ¿pueden ver el Cuarto Portillo?», observe como Omar se desprendía de su mochila mientras miraba hacia la derecha y decía «Ya es aquí adelante», eso me alentó un poco. Alfredo colocó sus bastones sobre una sola mano y se recargó sobre ellos, dirigió su mirada también hacia su derecha y con una entereza dijo «Está aquí, ya subiendo estas piedras se ve un refugio». Yeah! estaba por llegar a… momento, ¿dijo refugio? pero… ¿y el mentado Cuarto Portillo?

Un paso, luego otro, el sudor no dejaba de escurrirme sobre mi frente, los bastones me ayudaban a impulsarme mientras daba otros pasos más, «vamos! Ya casi llegas.» me decía a mi mismo mientras piernas y bastones hacían un tándem para colocarme en la cima, podia escuchar a Alfredo y Omar del otro lado de las piedras, un último empujón con el bastón y … «Nooo! chingas a tu madre!», una mentada al aire hacia que me postrara sobre los bastones y recargara mi barbilla sobre mi pecho, aun faltaban unos 80 metros más. Cuando escuché de Alfredo: «estas piedras», me imagine las que estaba subiendo, pero al parecer mi sobrino tiene conflictos entre «estas», «esas» y «aquellas». Deje caer mis bastones y me senté en una piedra, no dude en sacar mi teléfono y tomar una fotografía desde el punto donde me encontraba, click en el celular y la imagen de un camino de piedras y a lo lejos… «El Refugio de los 100», esa meta no estaba en nuestros planes, pero ahi estábamos, a unos pasos de conseguirlo sin querer.

Al mirar a Omar y Alfredo mientras tomaban fotos, reían y se divertían a unos metros de mi, me hizo recordar a un estimado amigo; Virgilio, «de más chavo» asistí con él a algunas excursiones, entre cigarros y cerveza nos adentrábamos a cualquier aventura y por supuesto, no podían faltar los regaños al final de cada excursión por los tutores y encargados, que tiempos aquellos. «Pues vámonos al refugio» palabras que mi mente formulaba, alcé mis cosas y volteando a Omar y Alfredo les hice un movimiento con mi cabeza para indicarles en seguir adelante, al los pocos pasos lograron alcanzarme, un pequeño camino de bajada permitía la llegada a aquel punto. Mientras nos acercábamos al refugio, pudimos observar que a nuestra derecha en lo alto del risco, se encontraban muchas cruces colocadas. Desconozco el significado de todas ellas, pero de lo que si estoy seguro, es que la montaña no solo exige un desgaste físico y mental, también exige mucho respeto.

Sentados a un costado del Refugio de los 100, Alfredo, Omar y yo, tomamos un largo descanso, platicamos un poco sobre este ascenso mientras observábamos el extenso valle que se postraba frente a nosotros. La calma y el sol me dieron pie a recostarme y mientras colocaba mi gorra sobre mi rostro para cubrir la luz que mis lentes no podían flanquear y dispuse a tomar «una pestañita» profunda.

El Descenso a La Joya.

Pasaban mas de las 14:00 horas y debíamos emprender nuestro regreso, pues La Joya no era nuestro destino sino Paso de Cortés. Con menos peso en nuestra mochilas, cada uno se coloco frente al Refugio de los 100 para tener nuestra foto del recuerdo. Primero Alfredo, luego Omar y al Final yo. Entramos al refugio solo para ver que había adentro, una mesa con mucho de todo era lo que podías encontrar al solo entra a este. Desde latas con alimentos, botellas de agua, refrescos, hasta una lámpara y baterías, la mesa estaba repleta de cosas que podrían resultar útiles para cualquier persona que se atreviera a subir a la montaña. No era necesario un letrero para poder hacerte entender que, si lo necesitas, tómalo. En los costados había unas literas emparejadas con el refugio, la salida del refugio fue dada no sin antes dejar cada uno de nosotros unos chocolates, una pequeña aportación para quien lo llegara a necesitar, de nuestra parte no era necesario tomar algo, pues aun teníamos reservas para nuestro camino de regreso.

El camino que horas antes se había hecho difícil, ahora siendo de bajada parecía menos complicado, pero corríamos otro riesgo, una caída no estaba exenta y el peligro era constante a cada paso en descenso. Durante el regreso del refugio pude divisar el Cuarto Portillo, nos detuvimos solo a unos metros de este, solo para visualizar cual debió ser el camino para poder pasar por ese portillo. Continuamos nuestro caminos hasta al Tercer Portillo, comencé a observar que Alfredo se quedaba muy atrás de nosotros, al parecer las bajadas no son su fuerte. Nos encontrábamos de frente con montañistas que venían con mochilas equipadas hasta el tope, seguramente en sus planes estaba pernoctar y continuar hasta puntos más elevados y así aprovechar la mañana siguiente. Siempre el descenso sucumbe ante la gravedad, mientras encuentres el equilibrio para no dar un paso en falso y darte un buen fregadazo con el piso, estoy seguro que Alfredo entendió muy bien esto, pues caída tras caída no avanzaba mucho en su descenso. Podia observar como algunos montañistas que ascendían le daban algunos consejos y en su momento le tendían una mano para ayudarlo a incorporarse. En las bajadas puedes utilizar los bastones y con las piernas pueden convertirse en un tándem todo terreno. Yo prefiero en ciertos puntos usar las manos y en otros los bastones. No nos detuvimos en el Tercer Portillo, seguimos a toda marcha hacia el Segundo Portillo, sin embargo camino a este, el descenso fue aun más lento, Alfredo venía resbalándose mucho y Omar se quedaba a apoyarlo. Una pendiente nos mostraba la cruz del Segundo Portillo, para el momento en que llegamos a este portillo, Alfredo quiso tomar un descanso, pues se le había dificultado muchísimo el descenso que me comentó que le dolían las piernas. El trayecto hacia el Primer portillo no fue tan diferente del segundo, la tierra y las bajadas entre las piedras hacían el caminar de Alfredo muy complicado. Pasando el Primer Portillo, su descenso mejoró, ese camino ya lo había recorrido en ocasiones anteriores. La bajada a las faldas del Iztaccíhuatl no solo fue más tardía, la noches estaba por cubrirnos y aun nos faltaban al menos 90 minutos de caminata sobre a lo largo del valle.

La noche nos atrapó y las estrellas cubrieron el cielo.

Nuestros pasos hacia La Joya eran calmados, ya habíamos hecho lo más fácil y digo esto por que el regreso es verdaderamente lo más complicado. Cansados mentalmente, asoleados y con el cuerpo molido del desgaste físico, estábamos por adentrarnos al camino que «todo derecho» llevaba a Paso de Cortés.

El valle rompió su silencio ante un aullido, seguido de otros tres aullidos mas largos. «Coyotes» Omar replicó mientas continuábamos nuestro camino. Es cierto, estar en contacto con la naturaleza es formidable, pero que la naturaleza se ponga en contacto contigo, eso ya es otro asunto. La noche estaba por cubrirnos, pero ser acechados por coyotes, era algo que no quería experimentar. Veníamos ya muy cansados de las piernas, Omar era quien estaba un poco más completo fisicamente. Omar caminaba unos metros adelante de mi y Alfredo venía a dos metros detrás de mi, la luz para ese momento comenzaba a ser nula, se hicieron presentes las risas de niñas (al menos unas tres o cuatro risas diferentes) pude escuchar por el lado derecho de nuestro camino, «alto, sh! ¿escucharon?» gire mi cabeza hacia la derecha para poder ver si había algunas personas en otro sendero, pero no había nadie, el campamento y las casas de campaña ya las habíamos dejado muchos minutos y al menos dos kilómetros atrás de nosotros. Continuamos caminando, mis pies comenzaron a dolerme y Alfredo preguntó ¿falta mucho?, «Yo también ya me canse, pero aun nos falta un buen tramo de caminara» repliqué. No fueron más de 10 metros que caminamos cuando de nuevo escuche las risas, estoy seguro que eran niñas al menos unas tres o cuatro, «alto, sh!» volví a girar a mi derecha y solo podía ver pastizales y como los últimos rayos de luz se desvanecían sobre la colina. «¿Escucharon eso?», ni Omar ni Alfredo habían escuchado las risas, para ese momento un escalofrío recorrió mis piernas, yo estaba seguro de haber escuchado risas. Nos reunimos los tres para coordinarnos, Omar a la izquierda y yo a la derecha, caminaríamos al frente, Alfredo por su parte iría detrás de nosotros, un bastón en la mano y con la otra una lámpara, la lámpara solo alumbraba a no mas de 5 metros de distancia, la noche nos envolvió para ese momento. Estoy seguro que la adrenalina hizo que el dolor de mis piernas y pies fuera pasado por alto al menos en mi, pero Alfredo también comenzó a caminar sin pausas. «Le damos un sandwich, si se nos aparece un coyote!» Alfredo dijo, Omar y yo reímos «¿Con servilleta o sin servilleta?» le conteste, mientras deteníamos el paso solo para acomodar unas cosas, beber agua y colocar un cable a la batería extra para cargar un celular. «Alfredo, cada determinado tiempo voltea a ver hacia atrás con la lampara, estoy seguro que si algún animal nos sigue, el reflejo de sus ojos será advertido por la luz de tu lámpara.» Era verdaderamente obscuro y no se podía ver nada en serio. Continuamos nuestro camino y en cierto momento pude percatarme de que Alfredo ya no se quedaba tan atrás, no le di mucha importancia, continuábamos con paso firme. Podíamos ya ver las luces de Paso de Cortés, estábamos por pasar el último tramo de árboles que cubrían el cielo por su altura y nos encaminábamos por un camino más estrecho que poco a poco daba paso a una vereda donde se podían apreciar las luces de fogatas y algunos autos que andaban por Paso de Cortés.

Después de agacharnos sobre una pluma que limitaba el acceso, abrí el cierre que se encontraba a la altura de mi pecho que daba pie a un pequeña bolsa incorporada a mi sudadera, saqué el control para poder abrir las puertas del coche, habíamos llegado a Paso de Cortés. Gracias a dios la caminata había terminado sin algún lesionado, más que con las piernas y los pies desechos por tanta piedra y después de casi 9 horas de caminata. Al momento que abrí la cajuela, las mochilas fueron aventadas como muestra de cansancio, tomamos un poco de agua y comimos unos dulces, cerramos la cajuela y nos dispusimos hacia los asientos para acomodarnos, pues el desgaste físico fue tan demandante que las piernas comenzaban a temblar. Plop! hizo la botella del ensure al momento de ser abierta por Alfredo para beberla, Omar prefirió comer su último emparedado, yo opté por una coquita sin azúcar y dar un rico trago antes de encender el carro. Ya acomodados en los asientos, estábamos listos para emprender el viaje de regreso a la Ciudad de México.

Ya en el trayecto de regreso, mi copiloto Alfredo, comenzó a contarnos que en una de las muchas veces que volteó para atrás, pudo observar como una sombra de «algo» se agacho y se metió entre los pastizales. También nos dijo que durante todo el trayecto estuvo escuchando pisadas atrás de él. Muchas veces el cansancio puede hacerte susceptible a ciertas eventos o tal ve!z, solo tal vez, en ese último tramo del recorrido, realmente no estábamos solo Alfredo, Omar y yo.

Foto tomada por Victor Alfredo D.G.

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